Cartas y Leyendas...



Primera carta..

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Esta carta la escribi hace tiempo, cuando solo podia recordar y llorar.... Pero ese tiempo ya pasó. Dejo aquí esta reflexion porque así me sentí una vez en la vida, y porque es testiminio de q mi alma creo alas con sus cenizas y voló lejos... muy lejos

“no creo en el amor tío...” me decía un colega... es de esa gente que le gusta salir trankilamnete con los amigos, tomarse unas copillas... y si puede pillar cacho.... pues mejor. El no se complica la vida... Le miraba con la mítica ceja arqueada de actor de película... En cierto modo le envidio, el no tiene sobre su corazón la carga q a mi me oprime... el recuerdo de un Amor con mayúsculas, de una ser amado mas allá de la pasión y la razón... y perdido para siempre... por tu negligencia, porq otra persona se cruzo tu camino... no se sabe. Simplemente se acabo...

¿Cuanto hace de ello? ya ni lo se. Días, semanas. Meses... ¿puede q años? si, años... ¿cuantos? que mas da, estoy igual q el primer día. Igual de enamorado que el primer día q la vi. E igual de desesperado q el día q me dejo. ¿Por que?... según ella por que me hacia daño, y quería q fuese feliz... según lo q yo se... por otro, por otro chico...........

¿Que hice mal? ella es una chica de Madrid, altísima, morena, con una sonrisa deslumbrante, se llamaba Irene... Jamás un nombre de mujer me gustó tanto. En mis oídos evocaba ensoñaciones angélicas. Si tengo una hija la llamaré Irene... y si me preguntan por que... “porque mi hija será mi felicidad, y solo con ella fui en algún momento feliz... feliz de verdad” Ella es de Madrid, yo de aquí, de Gijón. Cuando empezamos yo tenia 17 años, a punto de 18, ella 15... Ella tenía problemas. ¿Cuales? un día confió en mi y no lo voy a decir :) apenas nos veíamos. Porque solo nos podíamos ver cuando yo fuese a Madrid, y encima ella tenía q “esquivar” a su padre. Solo nos podíamos ver por las mañanas, y poco. Nos íbamos a los cines de la Vaguada. Su última fila es muy cómoda :D “vimos” juntos “el señor de los anillos, las dos torres” sinceramente, me pase toda la película mirándole a los ojos :) y abrazándola. Nos pasábamos todas las noches de verano hablando por el móvil... Horas y horas. Ensoñaciones de amor y futuro. Las cosas empezaron a ir mal. Ella cambió... normal, tenia quince años, las personas a esa edad pueden cambiar con mas facilidad, además yo soy un amante celoso :) solo quiero estar yo en su corazón, q solo me amen a mi :)... el caso es q solo hablábamos para pelearnos... yo la keria aun mas. Porque el amor se acrisola y se forja en el dolor. Ella dejaba de llamarme. A mi eso me dolía mucho, me temía lo peor... me escocía el alma... y cuando solo tienes dolor en el alma... solo puedes llevar dolor a kien amas. Un día me dejo de llamar. A los 15 días conseguí ponerme en contacto con ella. Me dejaba... porq “me hacia daño” o algo así... No fui un caballero... Jamás debería de haber dicho cosas como las que dije. Pero jamás sentí tanto dolor y tanto rencor en mi vida. El dolor perdura, pero el rencor... es historia.

A veces sueño con ella y la llamo entre llantos al despertarme. A veces maldigo el día en que yo nací porq solo he sufrido en esta vida. A veces le pregunto al mismísimo Dios que hecho mal, pero su respuesta es muda. No creo en otro amor ni tengo mayor esperanza en la vida. Simplemente intento llevar como puedo cada día, cargando el peso de mi corazón mortecino del modo en que mejor pueda, con el simple deseo de que me llegue pronto una muerte benévola que libere mi alma de las cadenas de esta esclavitud, porq ya no creo q Irene sea como la recuerdo, seguramente no es como cuando me enamore de ella, hace muchiiiiiiiiiiiiiiiiiisimo q no hablo con ella. tal vez solo amo al fantasma encerrado para siempre en mi recuerdo, tal vez “Irene”, no exista, solo esta inspirada en una chica preciosa q vive en Chamartín, pero solo sea la paranoia de un enfermo de amor..... De ese amor q todos anhelamos, pero a veces seria mejor no tener

Para acabar ya no se que decir. Solo se me ocurre dar gracias a quien haya leído esto, porq tal vez así conozca al Lisardo q hay debajo del ser anodino q intenta llevar el día a día sin mas pena q gloria. Para acabar... solo se me ocurre decir....

Te amo Irene. Quiera o no, para siempre.....

Un abrazo a todos, incluyendo a los protagonistas de este relato...

..... si lo llegan a leer

-(_ArkangeL_)-

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viven....

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Este texto me lo envió una de las mejores personas que he conocido en muchos años, aqui me cuenta una aventura que tuvo tal vez hace demasiado tiempo con un gran amigo nuestro. Me pidió que lo publicase aqui porque segun el esta página "se presta más a la chanza" (no se por donde vio eso) =) si tienen tiempo aqui a la derecha está el enlace a su blog "la puerta de entrada", puerta a un mundo de reflexión y pensamiento..... una puerta que esperemos que nunca cierre


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VIVEN!!!!

Dan las 7 y media de la mañana. Suena el despertador.

Con cara de no saber donde estoy, me levanto y abro las entrepuertas de la ventana para dejar entrar la luz en la habitación.

Entre ronquidos duerme un amigo en otra cama junto a la mía, que tras un par de voces consigo sacar de su letargo nocturno.

Tras un espectáculo deplorable ante la puerta del baño, del que todavía siento vergüenza, arreglamos nuestra facha y como los crios cuando quedan para jugar empezamos a preparar las mochilas.

Hay que decir, que el que nos espera por delante no es un día normal en nuestras vidas.

En la cocina, mientras mi abuela, con esa mirada que tanto la caracteriza nos observaba y prepara sendos desayunos que alimentaban mas la gula y el paladar que otra cosa, mi amigo y yo reíamos y charlábamos de todo tipo de nimiedades a cual mas tonta, a la vez que mirábamos para nuestra querida montaña.

Acabamos. Nos despedimos. Cogemos los bártulos. Y emprendemos ruta.

El mío, es un pequeño pueblo de poca gente y mal avenida, perdido donde San Juan dio las tres voces, entre riscos y macizos escarpados situados en el parque nacional de Mampodre.

Enfocamos la calle principal hacia la salida del pueblo. Que silencio. Que día tan soleado y que fresquito que está. Nada puede salir mal.

Es un trece de agosto.

Un poco mas adelante, y ya a la altura de la iglesia, descendemos por nuestra derecha hacia un camino no asfaltado que supone el principio de la excursión. La emprendemos campo a través por una zona rocosa e intransitable que lo único que hacía era subir, y que al fondo dejaba ver ya los primeros descampados ya libres de vegetación, por los que tendríamos que atravesar.

Tras una hora caminando como dos tontos. Llegamos al lugar. Un sitio precioso. Casi virgen, me atrevería a decir.

Allí se podía observar una especie de lago, producido por el deshielo del invierno y una serie de laderas que rodeaban el mismo, repletas hasta los tuétanos de pequeñas piedras y gravilla fruto de los constantes desprendimientos que se originan en el lugar.

Desde allí se veía el Pico Mampodre. Lo teníamos sobre nosotros. Parecía estar esperándonos. Una gran masa de piedra con apenas vegetación, que con solo unos mil y pico metros se alzaba delante nuestro.

Llegados a este punto y haciéndonos una composición de lugar, ya uno se puede dar cuenta del nivel de ignorancia que ostentábamos. Aunque supongo que nuestra edad nos disculpaba.

Mi querido amigo Marco Polo, estando ya situados en la falda del relieve, no se le ocurre otra proeza que desatender mis comentarios de empezar desde uno de sus laterales, que además era el único recubierto de vegetación y se veía perfectamente ascendible hasta la parte mas alta para entrarle por detrás a la cima de la montaña, y propone con esa mirada perdida en el horizonte que tanto le caracteriza, que la subamos en línea recta por una estupendísima pedrera que teníamos amenazante pero cubierta de sombra, justo en frente nuestro.

Pero ahora eso ya da igual. La cuestión es que yo, que soy tonto de capirote, que por lo que tengo entendido, los de capirote somos la creme de la creme entre los tontos, me dejé convencer por el politiquillo frustrado que tengo como amigo y accedí a subir por aquel infierno de tierra y piedras, que mas bien parecía un volcán dormido que una apacible montaña.

Pero no pasaba nada. Era temprano. Hacía una temperatura perfecta. Dos grandes montañeros con sus correspondientes equipos de supervivencia conseguirían lo que se propusiesen.

Subíamos hablando de todo un poco. Que si me gusta no se quien. Que si el Madrid va muy mal. Que si mira unos rebecos. Que mira que chiste mas bueno. Lo típico entre dos palurdos como nosotros.

Poco a poco va pasando el tiempo y nos vamos alejando del punto de partida, lo que impediría que diésemos la vuelta.

Junto con los minutos, el sol se va moviendo también hasta desproveernos de esa estupenda sombra que la cara oeste de la montaña nos proporcionaba.

Todo esto, ya entrados en las 12 del mediodía.

Pero paquito el chocolatero y yo, no perdíamos la ilusión. Éramos dos buenos montañeros y lo sabíamos. Íbamos mas preparados que cualquier equipo de “Al filo de lo imposible”.

Por el momento, aunque todavía nos quedaba mucho camino, habíamos conseguido coronar la cabeza de la pedrera, y después de turnarnos los bastones, las mochilas y hasta los calzoncillos, con una temperatura ambiente que ya superaba los 30º, nos sentamos en una pequeña rocosidad para tomar una pequeña sesión de fotos.

Desde allí, disfrutamos de fauna y flora, aunque seguramente hubiésemos disfrutado más de una par de nesteas o aquarius bien fríos. Incluso un poco de agua hubiera estado bien.

Pero claro, se nos había olvidado.

Aunque eso daba igual. Éramos Cristóbal Colón y Hernán Cortés, Simón & Garfunkel, Pili y Mili,...que importaba...éramos los mejores.

Entre chistes, chanzas y chascarrillos seguimos subiendo, porque no se podía hacer otra cosa llegados a aquel punto y con aquella pendiente. O subir andando o bajar rodando.

Después de un buen rato y varios atajos de los que Javier iba descubriendo sobre la marcha, afloramos como margaritas en primavera a aquella inmensa cumbre. Preciosa por cierto.

Era el fin de la subida. Una tenue ladera ligeramente inclinada hasta la cima, que era un juego de niños, y habríamos conseguido nuestro objetivo. De no ser porque nos habíamos desviado un kilómetro y en lugar de en la cima de Mampodre estábamos en otra. Pero repito que todo daba igual. Dos grandes aventureros como nosotros no nos desilusionábamos, e incluso pensábamos, que ya que la otra cima se veía desde allí, luego nos pasábamos por ella.

Había una zona, un poco separada y en dirección contraria al último ascenso, donde una maraña inmensa de pequeños y juguetones mosquitos (mas que nada, por omitir la expresión putas moscas) dejaban entre ver un churrigueresco buzón, que buenamente llevase allí 40 años si no alguno mas.

Nos hubiera gustado preguntarle a la calavera que tenia cerca, pero si los animales no hablan cuando estaban vivos, algo nos decía que aquel tampoco lo haría después de muerto.

Esperando que los reyes magos recogiesen nuestra carta antes del 6 de enero, de aquel buzón, nos encaminamos en la única dirección que nos quedaba. La parte más alta que nos quedaba.

No sabemos todavía el nombre de aquella montaña, porque aunque nosotros íbamos a Mampodre, suerte tuvimos de no acabar en el Teide y eso que estaba lejos de allí. Es lo que pasa cundo se va con dos guías como nosotros, todo destino deseado, nada tiene que ver con el alcanzado.

Al fin lo conseguimos. Es el punto mas alto de ninguna parte. Tras la ilusión de comprobar que todo había acabado y que solo que solo quedaba el regreso a casa, mi amigo y yo nos volvemos a la ladera de la cima y nos sentamos para tomar un refrigerio.

Con la misma emoción que un niño el día de su cumpleaños rompiendo la piñata, abrimos nuestras mochilas, manantial de variedades, sueños de todo bazar que se preciase y...

Sorpresa sorpresa, al fondo, junto a tres pares de calcetines de invierno, estaba una mini chocolatina, que cuando Javier cogió me hizo recordar un viaje a Covadonga muy interesante que hicimos de crios, en el que no encontró forma mas divertida de entretenerse que poner perdido mi nuevo polo de chocolate milkivar. ¿¿Se acuerdan de aquella adorable vaca de color lila y blanco?? Yo aun no la olvidé.

Pero bueno, retomando la hazaña. Aquello no había por donde cogerlo. Nos empezaban a picar la nariz, las mejillas, las orejas y el cuello, cosa normal cuando se sale en pleno agosto con un sol aplastante y antes que una gorra se mete un baraja en la mochila, o se llevan 4 botes de crema solar, dos vacíos, uno con menos cantidad que una muestra del corte inglés y el otro con una especie de masilla reseca que mas bien parece cemento.

Algo si que no se nos había olvidado. Unos buenos prismáticos. Concretamente tres. Unos de Javier, otros míos y otros que a día de hoy todavía no sabemos de quien pueden ser ni que hacían allí.

Después de cambiarme los calcetines (mas que nada porque ya que llevaba de repuesto...) empieza el descenso.

Recordar a los lectores atentos que la temperatura exterior seguramente rondase ya los 40º, y el líquido mas cercano que teníamos era el sudor que nos empapaba las camisetas.

Menos mal que éramos hombres forjados en el candor de la batalla y no le teníamos miedo a nada. O casi nada, porque la verdad es que aquella bajada... hacía temblar las piernas.

Primero nos deslizamos por la hierba, ya que era imposible bajar andando. Luego por un mar de piedras y grava fruto de desprendimientos, que por cierto como deporte y con un buen calzado es algo estupendo para los gemelos, se lo recomiendo a todo aquel que quiera definirlos. Y ya por último a saltos de piedra a piedra. Unas ligeras rocas de por lo menos 2.000 Kg. cada una, que a punto estuvimos de traernos una de recuerdo.

Eran ya las 3 de la tarde. Las tres en punto de la tarde. Oíamos las campanas del pueblo repicar.

Si en algún momento de nuestra vida habíamos sido mas feos de lo normal, fue en aquel. Nuestras caras desencajadas, nuestras miradas cansadas y con algún síntoma de deshidratación. Íbamos dejando un rastro de sudor que a día de hoy todavía no han podido despegar de las piedras los mejores chapapoteros de la marea negra del Prestige.

Eso sí. Por sorprendente que parezca, y ante aquel espectáculo, la canción del verano seguía saliendo de nuestras gargantas. Eso y algún chiste de mi inseparable amigo.

Aunque lo de inseparable duraría poco. La canción desapareció, los chistes desaparecieron. En un momento apareció un silencio sepulcral. De no haber sido por aquel calor, hubiese jurado que estábamos flotando sobre restos del Titanic después de su hundimiento.

No se oía nada. Solo buitres volando por el lugar. Yo de vez en cuando miraba para atrás y como veía a Javier, pues no me preocupaba.

Hasta que dejé de verle, claro.

En ese momento pensé: A) Bajó un buitre y se lo llevó de repente, B) Le entró la nostalgia y se volvió de nuevo para arriba, C) Se deshidrató hasta el extremo de desaparecer o D) Está ocioso el chaval, y está jugando al escondite.

Como no estaba Carlos Sobera ni me ofreció nadie el comodín del público, solo se me ocurrió sentarme a esperar.

Pero nada. Javier que no aparecía.

Vi muchas cosas mientras esperaba. No se si fruto de los mareos y delirios producidos por la deshidratación o a consecuencia de la casi hora y media que estuve en aquella piedra bajo un sol de justicia, pero el tiempo se me pasó volando.

Una piedra enorme se desprendió desde la cima y cayó al vacío. Un buitre se posó relativamente cerca de mi. Una pareja de rebecos haciendo algo que, aunque estaban lejos, intuyo lo que era. Incluso me pareció ver a Bin Laden cambiando de cueva.

Ya cansado, medio muerto, desesperado por no saber donde estaba el gañan de mi amigo, solo se me ocurre seguir bajando hacia el pueblo a pedir ayuda. Desde el último tramo de bajada, una vez ya se descendió completamente de la montaña, hasta mi casa en el pueblo hay un poco mas de una hora de caminata.

Sin más preámbulos me acerqué a un riachuelo que pasaba por allí a beber pero está claro que mis escrúpulos ante el color de aquel agua semi estancada me lo impidieron, y solo hice que mojar mi polo en aquel fresquito para seguir ruta de vuelta a por ayuda.

Eran las 4 y algo de la tarde y apostaría mi vida a que estábamos ya en 40º de seco y asqueroso calor leonés.

Extrañamente, bajé en poco tiempo, supongo que porque en aquel estado no se tiene percepción de nada. Poco a poco, aquella mancha que era mi pueblo se iba haciendo grade hasta el punto de leer con total claridad los números de las casas.

Enfoqué como un toro en san fermines la recta que hay hasta la plaza y le di un beso en la boca, con toda pasión, al caño de la fuente que tenemos en el pueblo. No me cansaba de beber. Jamás había sentido aquella sensación. No me llenaba.

Seguí andando un poco más hasta llegar a mi casa.

Allí estaba toda la familia. A la puerta. Esperándome y a la vez buscando con la mirada a una segunda persona.

Al ver que yo apenas podía hablar y que Javier no aparecía, enseguida se movilizaron todos. Mi abuelo, mi tío... todos hacia arriba a buscar a mi compadre.

Mi abuelo coge el tractor, y conmigo detrás, medio cayéndome salimos en dirección a donde estábamos.

La verdad es que tengo que decir que llegados a este punto de la excursión, yo estaba muy nervioso. Nadie desaparece de repente como si nada.

Al final y a lo lejos, por el camino, descendía mi colega como si de un muerto viviente se tratase, sin mochila ni bastón ni sudadera, en dirección al pueblo.

Jamás pensé que pudiera alegrarme tanto de ver a alguien, y menos aun que fuera él.

(...)

Solo diré que tras todo esto todavía hubo tres horas mas que prefiero omitir, ya que debido a las extremas condiciones a las que nos habíamos sometido (porque fueron casi 9 horas bajo el sol sin protección ni agua ni comida) y encima al asma de mi amigo, no fueron nada agradables.

Creo que la batalla, nada tiene que envidiar a la de Lepanto y que aunque no éramos soldados, nuestra guerra particular contra la montaña no la ganamos, y suerte tuvimos de que no nos saliese mas cara.

Este relato va dedicado a ti, Javier, que lo vivimos juntos y a ti, querido "Linux", que me sugeriste que lo contase aquí.
Cuarta puerta que, símplemente, dejo abierta.

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sabes que las puertas son para estar abiertas. un abrazo David y gracias por este relato

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